Inteligencia Emocional - Reseña crítica - Daniel Goleman
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Inteligencia Emocional - reseña crítica

Inteligencia Emocional Reseña crítica Comienza tu prueba gratuita
Autoayuda y motivación y Desarrollo personal

Este microlibro es un resumen / crítica original basada en el libro: Emotional intelligence

Disponible para: Lectura online, lectura en nuestras apps para iPhone/Android y envío por PDF/EPUB/MOBI a Amazon Kindle.

ISBN: 9789501519914

Editorial: Kairós

Reseña crítica

En este maravilloso bestseller internacional, Daniel Goleman alerta sobre el déficit de inteligencia emocional en las personas y la repercusión que tiene en muchísimos aspectos de la vida cotidiana.

El futuro no está escrito en ninguna parte; la inteligencia emocional no es un parámetro fijado desde el momento del nacimiento y la buena noticia es que todos podemos fomentarla y desarrollarla.

En este libro el autor nos proporciona una amplia guía para conseguirlo. ¿Estás listo para cambiar tu vida? ¡Vamos!

El cerebro emocional

En un sentido muy real, todos nosotros tenemos dos mentes, una mente que piensa y otra mente que siente, y estas dos formas fundamentales de conocimiento interactúan para construir nuestra vida mental.

Una de ellas es la mente racional, la modalidad de comprensión de la que solemos ser conscientes, más despierta, más pensativa, capaz de ponderar y de reflexionar. El otro tipo de conocimiento, más impulsivo y más poderoso (aunque a veces ilógico), es la mente emocional

Existe una proporcionalidad constante entre el control emocional y el control racional sobre la mente ya que, cuanto más intenso es el sentimiento, más dominante llega a ser la mente emocional y más ineficaz, en consecuencia, la mente racional.

Todos sabemos por experiencia propia que nuestras decisiones y nuestras acciones dependen tanto de nuestros sentimientos como de nuestros pensamientos.

Hemos sobrevalorado la importancia de los aspectos puramente racionales (de todo lo que mide el coeficiente intelectual) para la existencia humana, pero en aquellos momentos en que nos vemos arrastrados por las emociones, nuestra inteligencia se ve francamente desbordada.

Para bien o para mal, nuestras valoraciones y nuestras reacciones ante cualquier encuentro interpersonal no son el fruto exclusivo de un juicio exclusivamente racional o de nuestra historia personal, sino que también se arraigan en nuestro remoto pasado ancestral.

Con demasiada frecuencia nos vemos obligados a afrontar los retos que nos presenta el mundo postmoderno con recursos emocionales adaptados a las necesidades del pleistoceno.

Todas las emociones son impulsos que nos llevan a actuar, programas de reacción automática con los que nos ha dotado la evolución. La aparición de nuevos métodos para profundizar en el estudio del cuerpo y del cerebro confirma con mayor detalle la forma en que cada emoción predispone al cuerpo a un tipo diferente de respuesta.

Estas predisposiciones biológicas a la acción son modeladas posteriormente por nuestras experiencias vitales y por el medio cultural en que nos ha tocado vivir.

La naturaleza de la inteligencia emocional 

El psicólogo Salovey en su esfuerzo de explicar qué es la inteligencia emocional, incluyó a las inteligencias personales de otro gran profesional, Gardner, y las organizó en cinco competencias principales:

  1. El conocimiento de las propias emociones: es decir, la capacidad de reconocer un sentimiento en el mismo momento en que aparece. Resulta crucial para la introvisión psicológica y para la comprensión de uno mismo. Por otro lado, la incapacidad de percibir nuestros verdaderos sentimientos nos deja completamente a su merced. Las personas que tienen una mayor certeza de sus emociones suelen dirigir mejor sus vidas, ya que tienen un conocimiento seguro de cuáles son sus sentimientos reales.
  2. La capacidad de controlar las emociones: resulta de vital importancia poder tranquilizarse a uno mismo, desembarazarse de la ansiedad, de la tristeza, de la irritabilidad exageradas y de las consecuencias que acarrea su ausencia. Las personas que carecen de esta habilidad tienen que batallar constantemente con las tensiones desagradables mientras que quienes destacan en el ejercicio de esta capacidad se recuperan mucho más rápido de los contratiempos de la vida.
  3. La capacidad de motivarse a uno mismo: el control de la vida emocional y su subordinación a un objetivo resulta esencial para estimular y mantener la atención, la motivación y la creatividad. El autocontrol emocional, es decir, la capacidad de demorar la gratificación y sofocar la impulsividad, constituye un imponderable que subyace a todo logro. Las personas que tienen esta habilidad suelen ser más productivas y eficaces.
  4. El reconocimiento de las emociones ajenas: la empatía constituye la “habilidad popular” fundamental. Las personas empáticas suelen sintonizar con las señales sociales sutiles que indican qué necesitan o qué quieren los demás. Esta capacidad las hace más aptas para el desempeño de vocaciones tales como las profesiones sanitarias, la docencia, las ventas y la dirección de empresas. 
  5. El control de las relaciones: se basa en la habilidad para relacionarnos adecuadamente con las emociones ajenas. Las personas que sobresalen en este tipo de habilidades suelen ser auténticas “estrellas” que tienen éxito en todas las actividades vinculadas a la relación interpersonal.

No todas las personas manifiestan el mismo grado de pericia en cada uno de estos dominios. Hay quienes son sumamente diestros en gobernar su propia ansiedad, por ejemplo, pero son relativamente ineptos cuando se trata de apaciguar los trastornos emocionales ajenos.

A fin de cuentas, el cerebro es asombrosamente plástico y se halla sometido a un continuo proceso de aprendizaje. Las lagunas en la habilidad emocional pueden remediarse y, en términos generales, cada uno de estos dominios representa un conjunto de hábitos y de reacciones que pueden llegar a mejorarse.

La niñez

La vida familiar es la primera escuela de aprendizaje emocional; es el crisol doméstico en el que aprendemos a sentirnos a nosotros mismos y la forma en que los demás reaccionan ante nuestros sentimientos. 

Es también donde aprendemos nuestras posibilidades de respuesta y la forma de interpretar y expresar nuestras esperanzas y nuestros temores.

El rendimiento escolar del niño depende del más fundamental de todos los conocimientos, aprender a aprender. Veamos ahora los siete ingredientes clave de esta capacidad fundamental (por cierto, todos ellos relacionados con la inteligencia emocional):

  1. Confianza: la sensación de controlar y dominar el propio cuerpo, la propia conducta y el propio mundo. La sensación de que tiene muchas posibilidades de éxito en lo que emprenda y que los adultos pueden ayudarle en esa tarea. 
  2. Curiosidad: la sensación de que el hecho de descubrir algo es positivo y placentero.
  3. Intencionalidad: El deseo y la capacidad de lograr algo y de actuar en consecuencia. Esta habilidad está ligada a la capacidad de sentirse competente, de ser eficaz. 
  4. Autocontrol: la capacidad de modular y controlar las propias acciones en una forma apropiada a su edad; la sensación de control interno. 
  5. Relación: la capacidad de relacionarse con los demás, basada en el hecho de comprenderlos y de ser comprendido por ellos. 
  6. Capacidad de comunicar: el deseo y la capacidad de intercambiar verbalmente ideas, sentimientos y conceptos con los demás. Esto exige la confianza en las niñeces y las personas adultas, encontrando el placer al relacionarse con ellos.
  7. Cooperación: la capacidad de armonizar las propias necesidades con las de los demás en las actividades grupales.

Los sentimientos desempeñan un papel fundamental para navegar a través de la incesante corriente de las decisiones personales que la vida nos obliga a tomar. Es cierto que los que son muy intensos pueden crear estragos en el razonamiento, pero también la falta de conciencia emocional puede ser absolutamente desastrosa.

Para fomentar una niñez con aprendizaje en inteligencia emocional, es fundamental la escolarización de las emociones.

Algunas raíces de los cursos de alfabetización emocional se remontan al movimiento de educación afectiva de los años sesenta, una época en la que se consideraba que los niños aprendían mucho mejor si estaban psicológicamente motivados y tenían una experiencia inmediata de lo que se les estaba enseñando. El movimiento para la alfabetización emocional, en cambio, internaliza todavía más el concepto de educación afectiva porque no sólo recurre a los afectos sino que se dedica a educar al afecto mismo.

Inteligencia emocional aplicada

En el núcleo de toda emoción intensa subyace un impulso a la acción y por esto resulta fundamental el dominio de los impulsos para el desarrollo de la inteligencia emocional. No obstante, esto puede ser especialmente difícil de llevar a la práctica en las relaciones más próximas.

Las reacciones que afloran en este ámbito afectan a nuestras necesidades más profundas, como el deseo de sentirse amado y respetado, el miedo a ser abandonado o la sensación de ser rechazado emocionalmente.

Pero es imposible dar con la solución adecuada cuando uno se halla bajo el influjo de un “secuestro emocional”. En esos momentos, las capacidades de escuchar, pensar y hablar con claridad se ven mermadas y tranquilizarse constituye un paso necesario sin el cual no puede existir el menor progreso en la resolución del problema en cuestión.

Quizás, en momentos de mucha tensión, ayudará tratar de monitorizar el pulso carotídeo (está a unos pocos centímetros por debajo del lóbulo de la oreja y la mandíbula) cada cinco minutos en el transcurso de una discusión.

El número de latidos que tienen lugar durante quince segundos multiplicado por cuatro nos da el promedio de pulsaciones cardíacas por minuto. Este control del pulso mientras uno trata de calmarse proporciona al sujeto una especie de gráfico basal, cuyo aumento en unos diez latidos por encima de la media constituye un claro indicador de que está en peligro de experimentar un desbordamiento emocional.

Otra opción es que al menor indicio de desborde emocional por parte de la persona con la que estamos teniendo una acalorada discusión, se establezca algún tipo de acuerdo previo que proporcione un tiempo muerto. Durante este período de descanso, el enfriamiento puede verse potenciado mediante la práctica de algún tipo de relajación o de ejercicio aeróbico.

Los pensamientos obsesivos son la leña que alimenta el fuego de la ira, un fuego que sólo podrá extinguirse contemplando las cosas desde un punto de vista diferente. Uno de los remedios más poderosos para acabar con el enfado consiste en volver a encuadrar la situación en un marco más positivo.

Mantener una actitud optimista, al igual que esperanzadora, es fundamental. Significa tener una fuerte expectativa de que las cosas irán bien a pesar de los contratiempos y de las frustraciones.

Desde el punto de vista de la inteligencia emocional, el optimismo es una actitud que impide caer en la apatía, la desesperación o la depresión frente a las adversidades.

Hay que tener en cuenta que los actos violentos son más perjudiciales que las catástrofes naturales, porque las víctimas de la violencia gratuita sienten que han sido elegidas deliberadamente y esa creencia mina la confianza en los demás y en la seguridad del mundo interpersonal.

La crueldad deja en la memoria de la víctima una impronta que la lleva a responder con miedo ante todo aquello que pueda recordar vagamente la agresión.

Saber escuchar contribuye a mantener unida a la pareja o cualquier relación interpersonal. Aun en medio de una discusión, cuando uno es preso de un secuestro emocional, o ambos a la vez, podrían reconducir la situación tratando de serenarse y respondiendo positivamente a cualquier intento conciliador.

Existe un método muy eficaz, utilizado con frecuencia en la terapia matrimonial, que se denomina “reflejar” y permite establecer una escucha emocionalmente adecuada. Cuando un miembro de la pareja expresa una demanda, el otro debe reformularse en sus propias palabras, tratando de expresar en voz alta no sólo los pensamientos sino también los sentimientos implicados.

Luego, este reflejo debe ser contrastado para asegurarse de que es adecuado y, en caso contrario, repetirlo de nuevo hasta conseguirlo.

El hecho de sentirse reflejado no sólo proporciona la sensación de que uno está siendo comprendido, sino que también conlleva necesariamente una cierta armonía emocional que a veces basta para desmantelar un ataque inminente.

Un modo muy eficaz de disminuir la tensión que provoca una pelea es permitir que el otro miembro de la pareja sepa que somos capaces de comprender su punto de vista y aceptar su posible validez, aunque no coincida plenamente con el nuestro.

Otra posibilidad consiste en tratar de asumir nuestra parte de responsabilidad o incluso disculparnos si reconocemos que nos hemos equivocado. 

Nuestro cerebro emocional reacciona de manera automática con aquellas respuestas emocionales que hemos aprendido a lo largo de toda nuestra vida. Así pues, si no nos familiarizamos y entrenamos en dar respuestas emocionales más positivas, nos resultará sumamente difícil poder llegar a evocarlas cuando estemos alterados.

Las críticas adecuadas no se ocupan tanto de atribuir los errores a un rasgo de carácter como de centrarse en lo que la persona ha hecho y puede hacer.

La creencia básica que conduce al optimismo es que los contratiempos y los fracasos se deben a las circunstancias y que siempre podremos hacer algo para cambiar éstas.

Notas finales

Conviene pensar en las emociones en términos de familias o dimensiones, y en considerar a las principales familias, la ira, la tristeza, el miedo, la alegría, el amor, la vergüenza, etcétera, como casos especialmente relevantes de los infinitos matices de nuestra vida emocional.
Cada una de estas familias se agrupa en torno a un núcleo fundamental, a partir del cual dimanan, a modo de olas, todas las otras emociones derivadas de ella.

En la primera de las olas se encuentran los estados de ánimo que, técnicamente hablando, son más variables y perduran más tiempo que las emociones (es muy extraño, por ejemplo, que uno esté airado durante todo un día, pero no lo es tanto permanecer en un estado de ánimo malhumorado e irritable desde el que fácilmente se activen cortos arrebatos de ira).

Después de los estados de ánimo se hallan los temperamentos, la tendencia a evocar una determinada emoción o estado de ánimo que vuelve a la gente especialmente melancólica, tímida o jovial. Y, más allá todavía de esta predisposición emocional, están los francos desórdenes emocionales, como, por ejemplo, la depresión clínica o la ansiedad irremisible, en los que alguien se encuentra atrapado de continuo en un estado negativo.

Es clave poder identificarlos para trabajar en la gestión de cada una de estas emociones, ya que las personas que han desarrollado adecuadamente las habilidades emocionales suelen sentirse más satisfechas, son más eficaces y más capaces de dominar los hábitos mentales que determinan la productividad.

Quienes, por el contrario, no pueden controlar su vida emocional, se debaten en constantes luchas internas que socavan su capacidad de trabajo y les impiden pensar con la suficiente claridad.

La gestión positiva de las emociones es, sin dudas, más determinante para el éxito en la vida que el coeficiente intelectual. 

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¿Quién escribió el libro?

Psicólogo, investigador, periodista y escritor oriundo de Estados Unidos, especializado en inteligencia emocional y conducta. Estudió antropología en la Universidad de... (Lea mas)

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